Cómo reconocer una selección ‘marketinera’ de una pensada para cada plato. Consejos para abordar el menú y salir bien parado. Claves para leer una carta de vinos y hacer la elección correcta.

La carta de vino puede ser todo un desafío

El auge del vino trajo consigo un sinfín de complicaciones que, lejos de acercar, aleja a nuevos consumidores. Porqué sobre la noble bebida sigue volando el fantasma del esnobismo, y el tabú que para disfrutar de un buen vino hay que saber. Y por más que muchas bodegas salgan a la calle a convencer al público de los atributos que hay detrás de cada una de sus etiquetas, la cosa se sigue complicando. Uno de los elementos que más embarra la cancha es la carta de vinos.

Hoy, como si se tratara de una moda, todos los establecimientos gastronómicos quieren destacarse con su propuesta de vinos, o al menos llamar la atención. Sólo los lugares más clásicos siguen aferrándose a la tradición de su lista; simple quizás, pero en muchos casos también abarcativa.

Está claro que hay sitios para sentarse a comer de todo tipo y color. Si son pequeños, tipo Bistró, la carta seguramente será acotada y con etiquetas ignotas para la mayoría de los comensales. Si en cambio se trata de un restaurante más masivo, la oferta de vinos seguramente será exagerada y muy recurrente, con muchos vinos por bodega.

Si se trata de un restó temático, lamentablemente la carta de vinos (por lo general) no le sigue los pasos. Y lograr un buen maridaje puede ser misión imposible. Si se trata de un restaurant de moda, de alta cocina con chef reconocido y hasta sommelier, la carta puede llegar a tener varias hojas para consultar; aunque en este caso la abundancia sí puede llegar a dañar porque termina mareando al cliente.

Si bien la diversidad es una de las grandes ventajas que ofrece el vino argentino, llevar eso a una carta de vinos no es fácil. Sobre todo porque el propietario (o el sommelier) van a necesitar combinar sus gustos personales y conocimientos con acuerdos comerciales para que la venta de vinos sea buen negocio.

Ante este escenario, los comensales se encuentran a menudo con muchos estilos de cartas de vino. Pero en definitiva la elección no es tan complicada como parece. Esto no implica que haya que pedir siempre la misma etiqueta para salir del paso; en absoluto. Se puede conocer un vino distinto cada vez que se visita un restaurante y salir jugando cual Messi.

Para ello hay que mirar antes alrededor y ver cuál es el protagonismo del vino en el local. Si hay carteles de bodegas, si hay estanterías cargadas con muchas botellas del mismo vino, o simplemente si las botellas tienen presencia en el salón con una vista panorámica de la cava.

Si hay sommelier, la cuestión se facilita porque su recomendación suele ser más pensada que la de los mozos. Aunque esto no significa necesariamente que el profesional del vino no caiga en la tentación de demostrar sus conocimientos e intentar imponer sus gustos y preferencias, enarbolando la bandera de la recomendación.

Pero volvamos a la carta. Si hay logo de bodega en la portada ya es un mensaje; sobre todo si hay muchos vinos de la misma. Esto anticipa un establecimiento con una selección marketinera de vinos. Lo cual no está mal, porque la calidad de los vinos sigue siendo la misma. Pero seguramente la oferta no será tan interesante.

Hay dos columnas bien marcadas en las cartas de vino. La de la derecha y la de la izquierda. La primera refiere al precio, y la otra a la información. Que puede ir desde el nombre del vino, hasta la ficha técnica completa de cada etiqueta.

La data siempre es útil, pero uno no se sienta en un restaurante a leer una Biblia vínica, sino a disfrutar de un buen momento.

El abordaje al menú de vinos debería llevar el mismo tiempo que la selección de los platos.

Dejando de lado lo que cada uno esté dispuesto a pagar por un vino, una buena elección sería la de encontrar el vino que mejor acompañe esa comida, en el sentido más amplio de la palabra. Y eso significa básicamente, que sobre nada en la botella.

Si son dos personas, con una botella debería alcanzar; incluso si son cuatro. Pero si ya hay seis comensales con ganas de disfrutar del buen vino, hay que pensar que serán al menos dos los vinos a pedir.

Hoy es muy fácil saber cuánto cuesta sentarse a comer en tal o cual lugar, antes de ir. Con ese dato en la mente es más fácil definirse por la etiqueta adecuada, ya que el precio del vino a descorchar, debería valer lo mismo. Es decir, si dos personas van a gastar $600 ($300 c/u) en la comida, el vino debería ser de $300.

Pero hay que recordar que en un restaurante a uno lo sirven y tiene muchas opciones para comer, por eso los precios son mayores a los de la vinoteca y supermercado. Es decir que un vino de $300 acá puede ser uno de $100, $150 o $200, dependiendo de lo sofisticado del lugar. Y como el precio es bien indicativo de la calidad del vino, hay que lograr que tanto el plato como el vino tengan el mismo nivel.

Teniendo en claro cantidad y precio, hay que ver qué vino elegir.

Existen cartas ordenadas por variedad, otras por terruño; las más fáciles por bodega, y las más difíciles por estilos, o incluso por enólogo. Pero no se preocupe si no reconoce ningún nombre; sólo fíjese si se repite y de que manera para sacar una conclusión.

Si va a ser una sola botella, lo más probable que sea un tinto, a menos que se trate de delicias de mar, o de algún festejo en el cual el brindis amerite burbujas.

Si por la cantidad de comensales va a ser más de una, recordar que se puede comenzar con un vino refrescante y simple, puede ser blanco o rosado, y seguir por un tinto más importante para acompañar los principales.

Recordar de memoria que el Torrontés de Salta, el Malbec de Mendoza o el Pinot Noir patagónico son fijas, puede servir. Pero hasta ahí.

Desconfíe si un nombre aparece por toda la carta; el que mucho abarca poco aprieta. Por el contrario, los vinos con nombre propio (y no de línea) suelen ser específicos de una variedad o de un lugar. Y por algo se la bancan solos. No pierda tiempo en los datos técnicos del vino. Porque una vez en la copa, el vino pasa a formar parte de un momento en el que influyen muchos otros factores para tener éxito.

Si una carta tiene las cosechas es buen indicio, porque habla del interés del lugar y de su actualización, aunque no sea un dato determinante en su elección. Recuerde también que ser pequeño productor no es garantía de calidad, pero sí lo suelen ser los vinos de partidas limitadas.

Terruños para disfrutar hay muchos, pero quizás hoy los más de moda sean Valle de Uco, Agrelo, los valles altos de Salta y Patagonia. En varietales el Cabernet Franc y el Bonarda entre los tintos, y el Chardonnay y Sauvignon Blanc entre los blancos. Pero salvo que se tengan las preferencias bien marcadas, la apuesta por un blend siempre será más segura. Aunque en nuestro país se sabe que Malbec es la niña bonita, y el vino que mejor sabemos hacer.

Recuerde también que la palabra Reserva no siempre garantiza una crianza consistente, y que el roble es una madera. Muchos de los mejores vinos nacionales se crían en barricas, pero la madera no se siente.

Tener algún dato previo siempre puede servir, algo que con Google es muy fácil en la actualidad. Al llegar, preguntar al mozo o al sommelier si tiene tal etiqueta, o tal variedad. O qué vinos de tal zona, o cuál vino de ese enólogo. Y por último, no ostentar (o querer aparentar) conocimiento, y escuchar más que hablar. Siempre es mejor partir de pocas expectativas para que los paladares acompañantes se sorprendan. En definitiva, el protagonismo del vino siempre debe ser secundario, y el éxito de su selección estará marcado por las ganas que deje a todos de seguir tomando.

 

Fuente: Infobae

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