Vacaciones en los Andes cuyanos

Vacaciones en los Andes cuyanos

El sur de la provincia de Mendoza es el territorio de la aventura por excelencia. No sólo por su renombrado Cañón del Atuel, que combina escaladas, bajadas en rafting y trekking, sino también por sus reservas naturales, sus paisajes intactos, sus vestigios históricos e insólitas formaciones rocosas.

Mendoza es un destino todo terreno. Tiene la Cordillera más alta, lagos y ríos donde vivir aventuras, viñedos que saben mostrar lo mejor de las habilidades de su gente, fiestas, hitos culturales y vestigios históricos de alcance nacional. Sin embargo, cuando viene el verano, lo mejor de la provincia se encuentra en su remoto sur, en las áridas regiones que se extienden entre Tupungato, al sur de Mendoza capital, y la provincia de Neuquén. Estos paisajes de cordillera, tallados por las nieves, las aguas y el sol, son un destino único. Toda esta región se puede descubrir gracias a un circuito que va desde el sur de la aglomeración mendocina hasta las modernas instalaciones del resort de Las Leñas. También se puede elegir San Rafael como centro para recorrer la zona: en temporada, su aeropuerto recibe vuelos de Capital y otros puntos del país. Pero antes de salir, se debe tener en cuenta que en esta parte de la provincia no se deben buscar los “lugares comunes” de Mendoza: allí los viñedos son reemplazados por manzanares y vergeles, y las clásicas dinastías de vitivinicultores –hoy matizadas por muchos expertos extranjeros– son sustituidas por pobladores con ánimo de pioneros que están forjando la identidad propia de esta región árida y áspera.

El viaje empieza en las puertas mismas de Mendoza, donde las acequias ponen matices de verdes en medio de los Andes cuyanos. Poco a poco, el paisaje “a la italiana” de las llanuras de Mendoza, que recuerdan los de la llanura del Po, dejan lugar a la verdadera cara de los Andes cuyanos. Los carteles indican las localidades de Tupungato, Tunuyán y, más lejos, San Rafael y Malargüe.

 

Historias cuyanas. Una vez pasado el conurbano de Mendoza, las localidades de Tupungato y Tunuyán son las puertas de entrada al sur mendocino, un vasto territorio de naturaleza virgen y de aventuras. En Tupungato se puede visitar la Estancia Ancon, fundada por una familia de origen francés que estuvo entre las primeras productoras de vinos. Su lujoso casco está abierto en verano al público, que puede conocer así las suntuosas salas que recuerdan más de dos siglos de historia local. A algunos kilómetros, al pie de la Cordillera (por la Ruta 94), se encuentra uno de los tantos árboles históricos que dieron sombra a próceres en momentos clave de sus vidas: aquí le tocó a un manzano, descanso nada menos que del General San Martín en su regreso del cruce de los Andes y de la campaña libertadora en Chile y Perú. Todavía quedan retoños del árbol original, pero el sitio está ocupado sobre todo por un monumento del escultor Luis Perlotti. Tupungato es también el nombre de un volcán, inactivo, la cumbre más alta de esta porción de los Andes cuyanos. Culmina a 6800 metros de altura y marca la frontera con Chile. Sus laderas están protegidas por un Parque Provincial desde los años ‘80, y es una zona de trekkings muy apreciados por los mendocinos.

En Tunuyán se recupera la Ruta 40 (que viene desde Mendoza), en uno de sus mejores tramos, con asfalto. Tunuyán no ofrece más interés que sus verdes plantaciones de frutales, mientras que en el vecino pueblo de San Carlos (también por la Ruta 40), se encuentran los restos de un fortín, uno de los más antiguos del Cuyo. Fue construido en el siglo XVIII para proteger a los colonos de los malones indios. Algunas de sus paredes fueron restauradas, pero siguen teniendo algo del aspecto que debían tener cuando era un puesto militar aislado, defendido por algunos cañones (que se conservaron y se exhiben) y una guarnición de gauchos y soldados. En el fuerte hay un pequeño museo que conserva algunos objetos de la primera iglesia construida en honor a San Carlos Borromeo, que dio por supuesto su nombre al pueblo nacido alrededor del fuerte.

Entre San Carlos y San Rafael (por las rutas 40 y 150 o Ruta 143, si se quiere ver relieves más accidentados o más suaves) se pasa por uno de los varios pueblitos llamados Chilecito a lo largo de la Cordillera. Al pie del Volcán Maipo, que culmina a 5323 metros, se encuentra la Laguna Diamante, en el centro de una Reserva Natural que protege sus aguas ricas en truchas y las montañas circundantes, hábitat de muchos animales –aves en particular–, entre ellos zorros colorados, jilgueros de la sierra, ñandúes y cóndores.

 

El Cañón de la Aventura. San Rafael se presenta como la segunda ciudad de Mendoza, y el verdadero centro geográfico de la provincia. El virrey Sobremonte fundó en 1805 el fuerte de San Rafael, que fue el núcleo original de la ciudad, en las confluencias de los ríos Atuel y Diamante. Sus ruinas se pueden ver en un predio situado en la Villa 25 de Mayo, en las afueras de la ciudad. Se pueden ver además los cimientos de piedra de las construcciones y algunas paredes. En la ciudad misma, se visita el Museo Ferroviario, con exposiciones de los tiempos en que San Rafael estaba conectada a Buenos Aires por vía férrea, el edificio del Correo por sus murales, el Centro Cultural que funciona en la casa del escritor local Fausto Burgos –con una importante biblioteca– y la Estancia Los Alamos, construida sobre las ruinas de otro fortín de frontera. Se respiran todavía los recuerdos de una de sus dueñas, otra figura de la cultura local: Susana Bombal.

En las afueras de San Rafael hay dos represas sobre el río Diamante que ofrecen paisajes de una extraña y sorprendente belleza, gracias al intenso contraste de los azules metálicos de las aguas con los ocres de las montañas áridas que las rodean. La más alta de estas represas es la de Agua del Toro, un embalse de más de 1000 hectáreas que alimenta una central hidroeléctrica. Aguas más abajo, la represa Los Reyunos es más pequeña pero también muy apreciada por los pescadores de truchas y los amantes de los deportes náuticos. El dique Galileo Vitale fue la primera obra hidráulica construida sobre el río Diamante, para poder regar los campos de la región. Su sistema de compuertas se encuentra en un área parquizada, uno de los paseos preferidos de los lugareños. Al sur de la ciudad, los embalses del Nihuil y de Valle Grande son otros centros de pesca y deportes acuáticos, a los que se accede por la Ruta 173, que bordea además el Cañón del Atuel. Sobre un poco más de 60 kilómetros, se trata de un circuito que atraviesa una zona geológica caprichosa en la cual la erosión dio a las rocas formas y siluetas más extrañas una que otra. La imaginación de la gente hizo el resto, bautizando cada formación por asociación con las curiosas formas que les dio la naturaleza. La más fotogénica de todas estas rocas es el Sillón de Rivadavia, una enorme mole que tiene la forma de un sillón con su respaldo, lijados por los vientos y las lluvias durante millones de años. El Cañón es también uno de los principales centros de turismo aventura de la provincia de Mendoza: se trata de un solo circuito que combina deportes acuáticos sobre el río y los embalses (el rafting es el más popular de todos ellos), caminatas sobre las orillas del Cañón y del río, escalada en las paredes rocosas y visitas a sitios prehistóricos. Hay buenas infraestructuras en todo el recorrido, con hoteles, restaurantes, operadores y prestadores de turismo aventura, cabañas en alquiler, negocios de recuerdos y artesanías.

 

Bienvenido a Payunia. Por la Ruta 40 se llega a El Sosneado, un pequeño pueblo a orillas del río Atuel, pero muy aguas arriba. En sus pocas manzanas, donde se respira aún una atmósfera de pueblo de pioneros, no hay otra atracción que la de ser punto de partida para varias excursiones en medio de la Cordillera. La más emotiva de todas es la expedición al Glaciar las Lágrimas, donde se ven todavía los restos del avión que llevaba al equipo uruguayo de rugby y se estrelló en 1972, originando una de las peores tragedias andinas del siglo XX. Desde El Sosneado se pueden conocer también las ruinas del Hotel Termal, destruido por una avalancha. Aunque sus servicios otrora famosos ya no se pueden disfrutar, sí se pueden aprovechar las aguas termales y vale la pena llegar también hasta las Salinas del Diamante –una gran salina explotada con fines comerciales– que se ven desde el borde de la ruta. En la región hay varios lagos naturales que merecen una visita y muchas fotos. La Laguna Blanca, como su nombre no lo indica, es un espejo de aguas verdosas, que contrasta abruptamente con las pedregosas montañas y sus pocas vegetaciones. La laguna de La Niña Encantada cabe en un círculo casi perfecto que parece haber sido trazado artificialmente en torno de sus aguas muy claras y profundas. Circulan muchas leyendas sobre esta laguna, y se dice que en ella se suicidó la hija de un cacique indio por una historia de amor contrariado. El Pozo de las Animas también tiene una forma tan curiosa como su nombre: en medio de una depresión muy encajonada se encuentra el espejo de aguas, siempre acompañadas por el extraño silbido que produce el viento cuando sopla sobre la laguna (silbido, o suspiro de las ánimas que le dieron el nombre).

Desde El Sosneado y por la Ruta 222, que sale de la Ruta 40, algunos kilómetros al sur del pueblito, se llega hasta Los Molles, donde hay termas, y al complejo Las Leñas, desde hace algunos años abierto también en verano. Las Leñas ofrece muchas actividades gracias a sus excelentes infraestructuras, de nivel internacional, en el corazón mismo de los Andes cuyanos. Se pueden realizar cabalgatas, caminatas, actividades de aventura y excursiones en toda la región. Para el esquí, al contrario, habrá que esperar las primeras nevadas del otoño…

 

Alrededores de Malargüe. Retomando la Ruta 40 hacia el sur, se llega a Malargüe, la última pequeña ciudad del sur de Mendoza hasta llegar a Chos Malal, ya en la provincia de Neuquén. Malargüe es otro centro urbano que vive del turismo, y sobre todo del turismo aventura y activo, que se practica recorriendo toda esta amplia región en el sur de la provincia de Mendoza. La ciudad en sí no tiene mucho para ofrecer, debido a su reciente desarrollo. Hay una capilla de 1892 en su centro, y en las afueras, a unos kilómetros, las ruinas del fortín de Malal-Hue (el nombre original de la ciudad, que quiere decir “lugar de corrales” en mapuche), levantado en 1846 y antiguo núcleo de la colonización de la región.

Los principales atractivos de esta zona son creaciones de la naturaleza. Por un lado están los famosos Castillos de Pincheira, la falda de una montaña erosionada por los vientos que de lejos se ve como un castillo fortificado. Este sitio está protegido por una Reserva Natural y debe su nombre a los hermanos Pincheira, bandidos chilenos que obraban en toda la región. Por otro lado está la Caverna de las Brujas, que se visita y permite ver hermosas salas subterráneas con estalactitas y estalagmitas. También hay cascadas y numerosos otros pretextos para caminatas en toda la región. Vale la pena la visita a la Reserva Natural de la Payunia, de gran diversidad faunística. Con un poco de suerte –o paciencia, o ambas– se pueden avistar maras, guanacos, zorros, y ñandúes. Dentro de sus límites se encuentra la Laguna de Llancanelo, donde nidifican muchas aves y viven colonias de flamencos y más de otras 70 especies.

 

Fuente: Página 12, por Graciela Cutuli

Esta entrada también está disponible en: Inglés Portugués, Brasil