En el camino del vino se conocen tanto bodegas con tecnología de punta como otras más artesanales, rodeadas por el pintoresco entorno de la Cordillera de los Andes. La manera tradicional de recorrerlas es hacerlo en forma independiente o a través de agencias de turismo, pero desde hace unos años el paseo también puede hacerse “recorriendo viñedos en bicicleta”, una opción muy elegida por jóvenes turistas extranjeros.

Mendoza es, con sus más de 1000 bodegas, la gran capital vitivinícola de Sudamérica. Sus excelentes condiciones naturales –altura, sol y clima seco– la convirtieron en terruño ideal para la vid, en particular para la uva francesa Malbec, hoy devenida todo un emblema nacional. Los vinos mendocinos fueron tradicionalmente reconocidos en el país junto con la clásica Fiesta de la Vendimia, que se realiza cada año entre febrero y marzo, con su desfile de shows musicales, carrozas y la elección de la reina. Además, en los últimos años la provincia cuyana explotó como destino enoturístico gracias a los llamados “Caminos del vino”: desde entonces las bodegas han abierto sus puertas, organizan visitas a viñedos, hacen degustaciones en las cavas, tienen restaurantes y algunas hasta han sumado alojamiento en pequeños hoteles boutique u ofrecen spa con vinoterapia.

Las visitas suelen incluir un paseo por los viñedos y un recorrido por el área de producción, lagares y molienda, los tanques para fermentación, las prensas y las salas de añejamiento, finalizando siempre con una degustación. Algunas bodegas ofrecen visitas gratuitas y otras cobran una pequeña tarifa.

Las zonas de bodegas son varias, como Godoy Cruz, a tres kilómetros del centro de Mendoza. Allí se encuentra Escorihuela, una de las más antiguas (fundada en 1884) y donde funciona el restaurante 1884, dirigido por Francis Mallman. Por su parte, los departamentos de Maipú y Luján de Cuyo forman la zona conocida como “valle Centro” o “primera zona” de la producción vitivinícola. En esta parte del Gran Mendoza la antigüedad y la escasa extensión de muchas de las fincas posibilitaron el desarrollo de pequeñas bodegas boutique. Luján de Cuyo, un poco más distante, cuenta con bodegas como Chandon, famosa por sus espumantes, y la tradicional Norton. Además están Catena Zapata, Senetiner y Luigi Bosca junto a la iglesia de la Carrodilla, Monumento Histórico Nacional, cuya virgen es patrona de los viñedos y preside los festejos de la vendimia. Y frente a ella hay un puesto de sabrosas empanadas mendocinas que es, sin dudas, parada obligada.

Donde nació el vino. Un fanático de los vinos necesita varios días para conocer todas las bodegas, pero para los simples aficionados los tours tradicionales cubren, en un día, una bodega industrial, una artesanal y algún establecimiento de olivos.

Como no teníamos mucho tiempo, en esta ocasión elegimos ir a Maipú para ver el Museo del Vino San Felipe, dentro de Bodega La Rural, frente a la casa familiar en la que vivió el pionero Felipe Rutini. Además Maipú es considerada la cuna del vino, porque fue el destino elegido por los europeos que pretendían conservar una de sus tradiciones familiares: el cultivo de la vid. Y aquí se encuentran grandes bodegas como Giol, López, Trapiche, Familia Zuccardi, Finca Flichman, además de muchos establecimientos vitivinícolas de carácter familiar. Por otra parte, Maipú es una zona privilegiada para el cultivo de olivos y cuenta con algunas plantaciones muy antiguas. Y de allí surgen las mejores variedades de aceite de oliva, pasta de aceitunas y otras exquisiteces ideales para combinar con un buen vino.

Desde Mendoza tomamos un colectivo y en menos de media hora estábamos en Maipú donde nos sugirieron posibles recorridos por los lugares más destacados que se podían visitar y luego nos dieron las bicicletas. Probamos que todo estuviera en orden, cargamos agua y salimos pedaleando. Muy pronto nos internamos por calles.

Después de pedalear apenas unos 300 metros llegamos a la primera parada: Bodega La Rural, creadora de los famosos vinos Rutini, Trumpeter y San Felipe, y su Museo del Vino que tanto nos habían recomendado. No es para menos: el museo alberga 4500 piezas entre antiguos lagares, herramientas de tonelero, vasijas de barro cocido de la época colonial, libros y catálogos enológicos, elementos de laboratorio y medio centenar de carruajes. Aquí las visitas son gratuitas e incluyen los viñedos, la bodega actual y una pequeña degustación.

El museo se encuentra en la que fuera la casa familiar del fundador de la bodega, don Felipe Rutini. Gracias a su nieto Rodolfo Reina Rutini existe esta valiosa colección, única en América latina y una de las más importantes del mundo. Durante años Rodolfo fue reuniendo herramientas, utensilios e instrumentos vitivinícolas que encontraba en desuso u olvidados por allí, que hoy permiten conocer las formas de elaboración del vino a fines del siglo XIX.

El inmigrante italiano don Felipe Rutini –recuerdan los guías durante la visita– decidió instalarse en Maipú a fines de 1885 y plantó las primeras vides de lo que pronto se transformó en La Rural. Ese mismo año había llegado el ferrocarril a la provincia, facilitando el transporte del vino, que hasta entonces se hacía en carretas, y dando un gran impulso a la incipiente industria vitivinícola. Además, Rutini fue un pionero al implantar vides en el Alto Valle de Uco y se mostró innovador tanto en procesos como técnicas de elaboración. Luego de recorrer el museo, donde aprendimos sobre la forma de recolección y fermentación de las uvas, fuimos a los viñedos más antiguos y luego pasamos por las salas más modernas del establecimiento, donde se almacena el vino en tanques de acero inoxidable de diversas formas y tamaños. Finalmente pasamos a un wine bar rodeado de antiguas cubas de roble, donde degustamos los primeros vinos del día.

Pequeñas bodegas. Para la siguiente parada casi no tuvimos que pedalear; a pocos metros de La Rural visitamos un pequeño y simpático paseo gourmet donde las protagonistas eran las aceitunas. Apenas entramos nos recibió un guía que nos llevó al jardín trasero y nos explicó las diferentes variedades de olivos que había allí plantadas. Luego mostró el proceso y las peculiaridades de la olivicultura, para degustar finalmente sus productos: pastas de aceitunas combinadas con diferentes ingredientes, diferentes blends de aceite de oliva extra virgen, algunos dulces y conservas. Fue una parada muy oportuna luego de los vinos degustados en La Rural. Daban ganas de comprar litros de aceite…, pero la pedaleada debía continuar. Miramos el mapa y decidimos entonces ir a la tradicional Trapiche, una de las bodegas más antiguas del país.

En pocos minutos llegamos a su imponente entrada rodeada de viñedos. Nos anunciamos pero al mismo tiempo supimos que, lamentablemente, no podríamos hacer la visita guiada porque se requiere reserva previa. Si bien Trapiche se originó en Godoy Cruz, en 2008 cumplió 125 años y los celebró abriendo sus puertas en una nueva bodega ubicada en un predio de diez hectáreas entre viñedos y olivares. El edificio es una joyita arquitectónica de estilo florentino de 1912 que, tras estar 40 años cerrado, fue restaurado y reciclado, incorporando alta tecnología para elaborar vinos premium. Con formas simétricas y una monumental fachada, fue bodega modelo para la época y hoy la construcción es uno de los más altos exponentes de su estilo en Argentina. Como ya era mediodía decidimos continuar a la próxima parada y almorzar en una bodega más artesanal y familiar, Familia Di Tommaso, para viajar en el tiempo y descubrir la arquitectura tradicional de las antiguas bodegas mendocinas.

El sol se hacía notar, pero afortunadamente pronto apareció una gran arboleda que nos cobijó, y llegamos a una añeja construcción que no se parecía a las anteriores. La bodega se construyó en 1869, bajo la dirección del ingeniero López Furgón, que también levantó edificios emblemáticos de Mendoza, como el Banco Hipotecario. Al entrar vimos los viñedos, las acequias y algunas mesas al aire libre con visitantes almorzando, mientras otros se disponían a hacer la visita guiada.

El edificio de Familia Di Tommaso es antisísmico, ya que fue diseñado muy poco tiempo después del gran terremoto de 1861. Todos los materiales con los que fueron construidas las vasijas fueron traídos de Europa: ladrillos ingleses, cemento alemán y maquinaria francesa e italiana exhibida hoy en un pequeño museo. Dejamos las bicicletas a un costado y nos acomodamos en una mesa a la sombra de un frondoso árbol. Decidimos no hacer la visita guiada y disfrutar de una variada picada con un rico Malbec. Queríamos pedir solamente una copa, porque bicicleta y vino se estaban tornando incompatibles, pero la moza nos alentó a pedir una botella, ya que la podíamos llevar y terminar en el hotel. No lo dudamos.

Luego del almuerzo y de un agradable descanso encaramos hacia la última bodega del día: Carinae, un establecimiento boutique dirigido por un matrimonio francés. Brigitte y Philippe Subra se instalaron en Mendoza en 1998: al principio Philippe dirigió una empresa del sector eléctrico por más de cuatro años, hasta que la pareja decidió quedarse para siempre y crear Carinae en 2003. Enseguida que llegamos nos sorprendió un bello ventanal de colores que le daba un toque distintivo, y un ratito después comenzamos la visita. En la bodega se elaboran vinos de alta calidad a partir de la uva producida en 19 hectáreas de viñedos ubicados en diferentes zonas de Mendoza. Como Philippe es un amante de la astronomía, bautizó a su bodega con el nombre Carinae, una de las constelaciones más hermosas del cielo austral, que aparece en las noches de verano y otoño, sobre todo durante la cosecha. Al ser una bodega boutique, Carinae tiene una capacidad de vasijas de 260.000 litros y posee dos cavas con capacidad para 300 barricas, la mayoría de ellas francesas.

Fuente: Página 12, por Mariana Lafont

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