Viajamos al famoso Valle de Uco, donde se concentran otras de las buenas bodegas y viñedos mendocinos de la Ruta del Vino.

El valle es un sitio bendecido por la naturaleza y su paisaje tiene la capacidad de establecer un magnífico diálogo con la cabeza si uno se detiene a apreciarlo sin apuro. Con ese espíritu llegamos a la bodega que Rutini posee en Uco. ¿Suena creíble decir que esa jornada fue tan espléndida como las anteriores? Créanme que sí lo fue. Aunque la bodega no está abierta al turismo –se pueden concertar visitas programadas–, la gente de Rutini Wines nos recibió como se recibe a gente conocida, fraterna. Recordé la frase de un amigo que había dicho: “El mendocino tiene el carácter de los montañeses. Son personas cerradas, tranquilas, ponen barreras, pero cuando entrás y te aceptan, sos como un hermano”.

Con esa sensación recorrimos la bodega ilustrada por muchas explicaciones y almorzamos en un amplio comedor del segundo piso, con amplios ventanales que ilustraban el paisaje de los viñedos de Uco y, al fondo, la Cordillera de nieves eternas. Vistos desde cualquier ángulo y resguardados de la polución turística, los viñedos de Rutini ofrecían seguridad, colores, horizontes, sonidos, silencios, formas y proporciones suficientes como para que la vida de uno transpire eternidad completa.

Hizo su aparición allí Mariano di Paola, personaje que explica como pocos por qué los vinos de Mendoza han llegado a cotas tan sublimes. Las frases reveladoras de este enólogo que gastó toda su vida entre viñedos se encendían con los vinos que iban sirviendo en una larga mesa con técnicos de la bodega. Simultáneo al Rutini Extra Brut, la palabra de Di Paola: “Estimados, la calidad del vino comienza en la tierra. Todo comienza en el viñedo. Con uva mala no se puede hacer buen vino, pero con uva buena se puede hacer mal vino. Entonces, es un complemento”. Cuando le tocó el turno al Antología Pinot Noir 2015, otra frase para recordar: “Yo tengo que definir dónde hay que poner la máquina y eso se define probando la uva. Uno se puede imaginar el vino futuro probando el grano de uva”. El Antología Merlot 2014 y Malbec 2014 Single Vineyard llegaron cuando se le preguntó a Di Paola si, de alguna forma, se sentía un artista: “Creo que sí. Hay cortes de vino que hago con la almohada. Porque vos lo soñás. Yo estoy con la copa, probando desde la uva hasta cómo va evolucionando. Y llego, digo tengo que hacer tal corte y le voy a poner de tal barrica y le voy a sacar de esta y de esta. Porque ya lo tenés imaginado”. Con el Rutini Cabernet Franc 2014, dijo: “Soy un afortunado, un elegido de Dios, porque hacer lo que a uno le gusta y que encima le paguen, es un placer. Para colmo, esta debe ser la única profesión donde da gusto llevarse laburo a casa”. Ya la broma se había apoderado de la mesa cuando probamos el Rutini Encabezado de Malbec (estilo oporto). Di Paola exageraba la calidad y el tamaño de los productos del Valle de Uco: “A las cerezas de Tunuyán las calamos antes de probarlas”. Di Paola, sonriente, dictaminaba sobre el carácter del vino: “Estimados, hay tres tipos de vino: el vino que le gusta al enólogo, el vino que le gusta a la gente y el vino que le gusta a la prensa”.

La camaradería se encaminó hacia una tarde larga servida con grapa Rutini. Cuando se toma una grapa como esa, solo hay que hablar de cosas sencillas y verdaderas.

Vino, pasión y arte

Al otro día, en el espléndido almuerzo en la bodega Andeluna, acaso quedó demostrado que, en el nuevo milenio, el ser humano a veces da más importancia al estómago que al cerebro. En el último día del paseo también quedó demostrado que ese fundamentalismo del estómago puede convivir perfectamente con el espíritu y el arte en la bodega O’ Fournier, en La Consulta. Desde lejos, esta bodega parece la obra de un arquitecto decidido a romper todos los moldes: un gigantesco techo suspendido en el centro por cuatro columnas, un edificio armonioso al lado de un lago artificial y el verde que contrasta con la aridez del suelo. El español José Manuel Ortega Gil-Fournier, un economista que se graduó en Pensilvania, trabajó en Goldman Sachs y en el Grupo Santander, es el intrépido que quince años atrás se jugó los destinos en esta región mendocina.

Con bodegas en el Valle del Duero en España, el Valle del Maule en Chile y en el Valle de Uco, la empresa a la que pertenece Gil-Fournier viene de una larga tradición española en la fabricación de vinos. ¿Por qué Mendoza? Don José es un hombre que no ahorra la pasión: ”Pues hombre, que esto es una mezcla de belleza absoluta y locura plena. Belleza absoluta de la zona y locura de los pioneros que vinimos aquí. Esto, cuando empezamos hace 15 años, era todo terreno pelado. Luego incorporamos la mejor tecnología para hacer los vinos con métodos españoles, inauguramos el restaurante y fomentamos el turismo. La verdad, fuimos innovadores hasta en la gastronomía: el restaurante de mi mujer Nadia Harón, en Mendoza, fue elegido como el mejor de Argentina en 2011. Hombre, aquí han venido el chef privado de Fidel Castro y grandes chefs de New York, México y Shangai”.

Don José promociona fervorosamente su creación y hay que reconocer que tiene con qué. Recorrimos la hermosa cava con barricas de roble francés cuya luz se proyectaba en los fascinantes cuadros repartidos a lo largo de los depósitos. Arte y vino hacen una buena combinación. En esa madera noble dormía su sueño de perfección uno de los mejores vinos de la bodega: el Alfa Crux. Ese fue el vino que nos sirvieron en la degustación llevada a cabo en el restaurante con un menú suntuoso coronado por un plato sublime: caracú con su carne cocida durante 10 horas con vino chardonnay.

“Dios reside en Buenos Aires, pero come en Mendoza”. Eso dijo este español vehemente al tiempo que nos servían un licor de nuez Cariatis y una grapa que evocaba tiempos remotos. Disfrutamos la sobremesa con la conciencia de que era la última, con la certeza de que las comidas y los vinos son mejores si se los comparte con amigos y con la plenitud de esos días serenos e intensos a la vez. Es difícil encontrarle algún defecto a este viaje, pero me atrevo a mencionar uno: la ruta del vino no está bien señalizada y deberían arreglar eso. Lo demás, son vinos y rosas. Cuando volvíamos al hotel, miramos en silencio los viñedos resplandecientes y las nubes de plata y de marfil que flotaban sobre la cordillera. Con una certidumbre: estábamos archivando esa plenitud y ese paisaje para la memoria futura.

Hoy, lejos de Mendoza, siento que fue una buena travesía por los sentidos, por la celebración de los afectos y también una forma de conocimiento. No paso todo mi tiempo evocando ese viaje. Solo los días impares.

Si te has sentido atraído por los aromas y sabores del Valle de Uco, es el momento de iniciar tu propia travesía por estos Caminos del Vino, te proponemos llevarte y guiarte por experiencias valletanas.

Fuente: Clarín, Juan Bedoian

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