Mendoza en 4x4 al Salto del Colorado

Mendoza en 4×4 al Salto del Colorado

Aventura por las piedras y arenas volcánicas mendocinas. Descubrimos la casi desconocida Cascada del Colorado, recorrimos las Dunas del Nihuil y disfrutamos en familia de almuerzos al aire libre en lugares soñados.

Existe una coordenada que muy pocos tienen la ventura de conocer: S34°32’34.05” W68°40’37.63”. Está fuera de todo circuito convencional y muy lejos de los paquetes que se contratan en las agencias de turismo. Si la extrapolamos a Google Maps, el característico ícono del globito rojo aparecerá sobre el lecho de un río: el Seco Salado. Ese fue el destino propuesto por Mainumby 4×4 en su programa de travesía, sintetizado en apenas tres escuetas palabras que a simple lectura no generaban demasiada expectativa: Cascada del Colorado. Sin embargo, se trataba de un nombre que cobraba dimensión misteriosa al buscarlo en internet, porque casi no aparecía información al respecto. Apenas algún track de trekking de dudosa similitud, más vinculado con otras zonas de Mendoza, no con esta que descubriríamos a menos de 50 km de San Rafael, y a escasos 10 km del Club de Náutica y Pesca Los Reyunos. ¡Qué raro que Google supiera tan poco!

 

Hacia las piedras

Quince camionetas partimos por la Ruta 150 hasta un punto incierto en el que giramos a la derecha por un camino de tierra que comenzó sencillo a lo largo de amplios paisajes, pero que rápidamente se transformó en un verdadero off road a través de sendas de piedra encajonada en ocasiones, que requerían buen despeje del suelo, la orientación de un spottering (ayudante externo que con su mano indica hacia dónde girar la dirección), torque en los motores y buena muñeca al volante. El recorrido era apto para todo tipo de conductores, supieran manejar una 4×4 en diferentes superficies o hicieran sus primeras incursiones en terrenos fuera de lo convencional. Un mix poco frecuente en travesías, pero muy bien logrado por la organización.

Estos caminos abandonados que muchos sanrafaelinos ni siquiera conocen fueron utilizados por las empresas de servicios que tendieron las líneas de alta tensión en la zona. Recorrerlos es un desafío, es trabajo en equipo, colaboración para que todos lleguen a destino: unos arman toboganes de piedras para que los vehículos los pisen y desciendan con menor dificultad, otros machetean ramas para evitar roces laterales. Están los que arengan cada maniobra, los que filman, ceban mate, aplauden…, los que se acercan a la ventanilla para transmitirles sus experiencias a los más nuevos, quienes agradecen esa buena predisposición. Mantener a 40 personas ocupadas en esta tarea que demanda más de un par de horas resulta un éxito. El clima es familiar, sin lugar para las chicanas, las vanidades, los egos ni la soberbia. El lema de Verónica Romaña, directora de Mainumby 4×4, es: “Somos un equipo, un gran equipo que vino a disfrutar, a aprender y a hacer lo que le gusta: seamos respetuosos del otro y de la naturaleza”.

El premio al final del camino resulta inesperado y asombroso: un pequeño anfiteatro horadado en las coloridas rocas de la penillanura cuyana. Sin dudas, el mejor restaurante del mundo improvisado a cielo abierto donde, distanciamiento social mediante, degustamos empanadas, diferentes salames, jamón crudo, queso, berenjenas y otras delicatessens regionales que culminaron con café, té, muffins y alfajores.

Ahí nomás, a escasos 100 m, estaba la Cascada del Colorado, esa misma que en el programa de travesía había pasado desapercibida y que ahora se rendía majestuosa a nuestros pies. Agua de vertiente que caía desde 15 m de altura con una particularidad: es agua salada, el único arroyo de San Rafael con esta característica. Casi imposible querer emprender el regreso con el sol del atardecer recortándose entre las piedras y reflejándose en el lecho de un río apenas húmedo. Pero el argumento tentador fue imbatible: “Esta noche cenaremos asado y chivito”. Se acabaron las excusas: los motores se pusieron en marcha y comenzamos a volver por una trepada de piedra suelta, atravesada varias veces por cristalinos cauces de agua. La cuota de adrenalina y aventura estaba satisfecha.

 

Rumbo a la arena volcánica

En un nuevo día, el desvío del cronograma nos sorprendió en plena travesía camino a El Nihuil. Por la radio VHF (provista por la organización a cada camioneta), la guía de la caravana moduló que en lugar de llegar a las dunas por asfalto –como estaba previsto–, lo haríamos por el Cañón del Atuel, un accidente geográfico único en Sudamérica y un destino muy elegido por los turistas de nuestro país. El río Atuel baja desde la Cordillera de Los Andes y es contenido por la represa El Nihuil, desde donde desciende por 50 km hasta el embalse Valle Grande. El agua y el viento han erosionado la zona durante millones de años, generando sorprendentes figuras en las rocas que corren a través de un camino paralelo al río Atuel. En el trayecto nos detenemos en una de las más famosas: El Submarino, y rápidamente seguimos hasta una de las usinas transformadoras de energía donde, charla técnica mediante, nos explican paso a paso el sistema de generación eléctrica.

 

En busca de otro waypoint

Escasos kilómetros después, tal como estaba previsto, arribamos a la villa El Nihuil y, tras dejarla atrás, a la segunda coordenada importante de esta travesía: S35º4’20” W68º37’52”, puerta de entrada a las Dunas del Nihuil, el parque de diversión más buscado por los amantes de Mendoza en 4×4, y uno de los circuitos de mayor complejidad del Dakar 2012, según los propios pilotos. Literalmente, un desierto formado por sedimentos de arena volcánica que ocupa unas 30.000 hectáreas y cuyas formaciones alcanzan los 200 m de altura.

Tras bajar la presión de los neumáticos para ensanchar la pisada y recibir los tips de manejo adecuados a cada vehículo (tracción doble alta en los nafteros o diésel con turbo y régimen de revoluciones de entre 2.500 y 3.500 vueltas), y doble baja en los diésel sin turbo o nafteros de poca potencia (RPM entre 3.500 y 4.500), recorrimos pendientes, crestas y ollas en busca de la emoción que genera este tipo de terreno, que poco tiene que ver con el de los médanos de la costa atlántica. Esta arena es más fina, resbaladiza y obliga a otro tipo de conducción para no encajarse.

La única similitud está en las medidas de seguridad, entre las que destacamos tres de las 25 del instructivo que Mainumby 4×4 envió a los conductores en los días previos al viaje: 1) si con el envión no se llega al filo, descender marcha atrás por la misma huella; no girar en redondo; 2) encarar los médanos siempre de frente, nunca de costado ni en diagonal; y 3) si empezamos a quedar de costado en una ladera, nunca enderezar el vehículo, sino girar las ruedas en dirección a la pendiente y encarar en línea recta hacia abajo.

El almuerzo otra vez fue al aire libre, vaya uno a saber en qué olla de las dunas. Lo cierto es que estábamos al reparo del viento degustando gastronomía casera sanrafaelina bajo una resolana que invitaba a la siesta, pero habíamos llegado hasta acá en busca de emociones más fuertes, y tras ellas continuamos hasta la caída del sol, momento que aguardamos a orillas del embalse El Nihuil, mientras reponíamos el aire de los neumáticos disfrutando de unos mates para regresar a San Rafael e ir en busca de buenos vinos –visita guiada mediante– a la bodega Chayee Bourras, elaboradora de excelentes bonarda, entre otras cepas. La escritora estadounidense Helen Keller manifestó alguna vez: “La vida, o es una aventura o no es nada”.

 

Fuente: Weekend, por Marcelo Ferro

 

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