Un empresario restauró cinco viejos Citroen para que los turistas puedan recorrer en ellos viñedos y bodegas.

El Citroen 3CV está estacionado sobre el camino de ripio, frente al viñedo. Impecable: un estilo Charleston, pintado de negro y bordó, el tapizado a cuadros negros y blancos. Apenas lo ve, Vincent Capmas, enólogo de la bodega Montequieto, se acerca, pide permiso para abrir la puerta, se sienta frente al volante, observa cada detalla. Su abuelo había tenido un 2CV allá en Francia y recuerda haberlo manejado más de una vez.

A cada paso, en cada descanso, el Citroen despierta recuerdos, anécdotas, guiños, charlas. Esa es la idea: andar sin apuro y compartir la experiencia. Recorrer los viñedos del Valle de Uco, las bodegas de Agrelo, los caminos andinos, la noche de la calle Arístides Villanueva en pleno centro de Mendoza, y frenar una y otra vez. Para una degustación de vinos, para comer un sándwich de jamón crudo y compartir una charla con los lugareños, para tomarse unos mates a la orilla de un lago, o para perderse con la vista puesta en los picos nevados del Cordón del Plata o en el volcán Tupungato.

Cinco Citroen 3CV restaurados a nuevo, cuatro de principios del 80 y uno del 73. Cada uno con su historia: como ese matrimonio que al venderlo derramó varias lágrimas, porque el auto era única mano, y los había llevado nada menos que en su luna de miel, ida y vuelta de Mendoza a Mar del Plata. Los alquila la empresa Slowkar, con la idea de que quien lo maneje trace sus propias rutas: un auto clásico, un GPS y la libertad de elegir el recorrido.

En palabras de Ramiro Marquesini, mendocino ligado a la industria vitivinícola y creador de Slowkar, la idea es que al manejar el Citroen «pique ese bichito de disfrutar las pequeñas cosas»; que el viaje no sea trasladarse de un sitio a otro para cumplir con determinados objetivos o subirse a un auto moderno y pasar rápido, como blindado, sin poder apreciar esos detalles que pueden encontrarse a cada momento.

LA NACION lo experimentó. La primera parada fue en Montequieto, una bodega familiar situada en la zona de Agrelo, más precisamente sobre la calle Cobos, un camino rodeado de árboles y con un emprendimiento vitivinícola al lado del otro, al pie de la cordillera de los Andes.

Ahí se instalaron Agustín Casabal y Matilde Pereda en 2000, en una chacra donde no había más que una casa y un viejo parral. «Hoy son 15 hectáreas plantadas pensando en el blend «, dice el enólogo Vincent Capmas, mientras convida y degusta un malbec.

Habla del syrah como un vino voluptuoso y que da esa sensación de pimienta negra en la nariz; del malbec, fruto rojo y delicadeza, y del cabernet franc, su favorito, como un vino potente y elegante. Por ahí está Alberto Sorbi, jefe de bodega, que recuerda una charla que tuvieron hace poco mientras cataban unos vinos: «Qué lindo tener la cordillera nevada como en el invierno, pero con la vid verde como en el verano…». Y coinciden que uno puede pasarse tres horas mirando la Cordillera y disfrutando de un vino.

La lista de bodegas con restaurantes es numerosa; los hay de todo tipo y estilo. Pero para comer al paso, más informal, y compartir un almuerzo tanto con turistas como lugareños, lo ideal es El Puesto del Jamón, sobre la ruta 15, en Perdriel, enfrente de la bodega Norton. Con su sombrero de ala ancha, el Chipica, su dueño, corta una pata de jamón con la que arma unos sándwiches de crudo, orégano, aceite de oliva y pan casero. Dentro del horno de barro, se calientan unas empanadas de humita y carne.

Juan y Diego ya terminaron la jornada de trabajo en una de las bodegas de la zona. Disfrutan de un tempranillo Cabrini, la botella a su disposición sobre la mesa junto a un sifón de soda. Hablan del Citroen que está parado en la puerta, de que es un auto difícil de volcar, ideal para andar por el campo, por la amortiguación.

Sobre la ruta 7, en la bodega Caelum, fiel a su espíritu artesanal, están etiquetando a mano una partida de vinos que será enviada al exterior. Cuenta Constanza Pimentel, miembro de la familia dueña de la bodega, que el emprendimiento comenzó ahí mismo, pero con la producción de pistachos. Hoy producen unos 70.000 litros de vino al año. ¿La especialidad? El vino dulce elaborado con la técnica appassito del enólogo italiano Giuseppe Franceschini.

El sol comienza a bajar. Es un buen horario para elegir la última bodega. Y, de paso, abrir la capota del Citroen.

Circuitos

  • Agrelo. A unos 20 km de Mendoza se encuentra el circuito Cordón del Plata y tiene en la calle Cobos un punto de visita con numerosas bodegas de alta categoría, como Catena Zapata o Belasco de Baquedano.
  • Valle de Uco. Las nacientes del Río Tunuyán, el volcán Tupungato y uno de los principales circuitos de los caminos del vino. A unos 80 km de Mendoza se pueden visitar bodegas como Salentein, Atamisque o Hinojosa.
  • Calle Arístides Villanueva. Ideal para visitar de noche, esta calle de la capital mendocina ofrece una amplia oferta gastronómica, bares y hostels donde se puede cenar o tomar algo.

Fuente: La Nación

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