Degustaciones y cocina de primer nivel en los viñedos de finca Catena Vineyards. Los vinos de Escorihuela y el restaurante de Francis Mallmann.
El destino: una visita a Mendoza en bus con periodistas, sommeliers, clientes, amigos y empleados.
El objetivo: conocer y disfrutar las bodegas y viñedos de Ernesto Catena Vineyards y la Bodega Escorihuela Gascón.
Los viñedos orgánicos
Ya en Mendoza y luego de instalarnos en el hotel Fuentemayor de Vistaflores, Valle de Uco, después del mediodía comenzó el «mini festival gastronómico» montado para la ocasión: en una casa especialmente acondicionada nos esperaban con un «pernil de campo», acompañado con un buffet de variados y exquisitos vegetales y legumbres para servirse a gusto. Pero como principalmente estamos hablando de vinos, hay que detenerse en ellos. De los vinos y espumantes de Ernesto Catena Vineyards (Tikal, Siesta, Alma Negra y Animal), que fuimos degustando uno tras otro en la lenta siesta mendocina, a veces sentados a la mesa, a veces con los pies en la piscina de aguas bien frescas y con el fondo de un paisaje suntuoso: la imponente Cordillera de los Andes, con su Cordón del Plata, la sinfonía de verdes de los árboles cercanos.
Al anochecer de ese día no tan agitado fuimos a conocer la finca Nakbé, de 72 hectáreas no abiertas al turismo, de las cuales 49 están implantadas con viñedos orgánicos que se encuentran en proceso de «certificación biodinámica» (la tierra de los viñedos es cultivada de una forma ecológica, sin pesticidas ni fertilizantes artificiales, con un calendario de siembra complejo, basado en la astrología y los ciclos lunares).
La Champagnera de la finca es una construcción moderna, en tonos ladrillo y ocre, que trae una reminiscencia a las obras precolombinas, por su diseño y aberturas. Tiene una importante estiba de botellas, que se van girando manualmente para mantener en suspensión los residuos de las levaduras. Al costado hay una cancha de pelota maya y, más allá, unas pacíficas llamas y vicuñas que pastan en el prado. Ernesto Catena, hijo de Nicolás Catena Zapata (prócer de la industria vitivinícola argentina y una de las cabezas de la reconversión económica del sector, allá por los 90) es un erudito en culturas mesoamericanas (de allí algunos nombres de sus vinos, como Siesta en el Tihuantinsuyu). Tuvo que luchar mucho para ser reconocido y tener nombre propio: siempre innovando, armó un grupo de trabajo compuesto por jóvenes talentosos, logrando transmitir una filosofía con sus vinos, según él mismo dijo, «que despierten los corazones y puedan ser preludio de grandes conversaciones y veladas inolvidables». Es así como los vinos de la línea Tikal, concentran el valor energético de las vides y capturan la auténtica esencia del viñedo.
Los Siesta evocan el silencio infinito de Los Andes, esperando el momento justo para ser disfrutados (en sus etiquetas, las llamas simbolizan a aquellas que durante el imperio incaico cargaron con el tesoro sagrado, alejándolo de las manos de los conquistadores y escondiéndolo para la posteridad). Los Alma Negra llevan el poder de lo desconocido ya que no dicen con qué cepas fueron hechos. Por último, la línea Animal se caracteriza por sabores salvajes, exóticos, profundos. El símbolo de la finca Nakbé es un laberinto de uvas malbec, que fusiona el arte y la naturaleza, dos valores de fundamental importancia para Ernesto Catena Vineyards.
La noche llegó con unas pizzas a la parrilla, espumantes (tanto un blanc de blancs de uvas chardonnay como un rosé de malbec) y una fiesta donde se bailó hasta bien tarde, bajo el cielo protector de Mendoza. A la mañana siguiente, en la misma casa de campo se sirvió un brunch a cargo del chef Rider Pablo Massey y su segundo, José María García Massun. Siempre a los pies del volcán Tupungato y el Cordón del Plata nos deleitamos con una selección de quesos y fiambres, ensaladas varias, unas magníficas papas bravas, y los famosos scrumbled eggs del chef.
Cuando bajó el sol se organizaron las «Olimpíadas dionisíacas» en la finca Nakbé, donde participamos de una variedad de deportes (arquería, ping-pong, paintball, bici-polo, cabalgatas). Más tarde, fuimos testigos privilegiados del Primer Rally de los Viñedos en motos antiguas de origen inglés, muy seductoras por su perfecto estado y su belleza. Para los entendidos, había una Norton 1946, una Douglas 1948, una Matchless 1948, una BSA 1946 y una Royal Enfield con sidecar.
Los protagonistas compitieron vestidos a la usanza de la década del 30 y recorrieron 35 km desde los viñedos de la finca en Altamira hasta Vistaflores, atravesando paisajes andinos de maravilla: campos sembrados con vides y frutales, montañas al fondo, el sol cayendo y enfrente nubes de infinitos colores y formas caprichosas.
Una vez superados los desafíos de la prueba, se celebró cada llegada descorchando los espumantes mágnum ultra Premium de la línea Alma Negra y todos quedamos empapados de champagne, como en una carrera de Fórmula 1. Un rato antes habíamos hecho una degustación vertical, de diferentes añadas, de esos mismos espumantes en una sala especialmente equipada de la bodega. Como broche de oro, asado de chivitos de Malargüe y una selección de vinos de alta gama de Ernesto Catena Vineyards.
Tesoros en escorihuela Para el último día de este paseo, que era una continua celebración de los sentidos, fuimos (en Godoy Cruz, en las afueras de Mendoza capital) a almorzar al restaurante «1884», de Francis Mallmann, en la Bodega Escorihuela Gascón. De entrada disfrutamos una ensalada de zucchini fresco con queso trebolgiano, almendras y menta, acompañada por el fantástico chardonnay de esta bodega. Como segundo plato, un maltagliato (es una pasta casera cortada en forma despareja) con jamón crudo, aceite de oliva y tomates deshidratados que acompañamos con el vino top de la bodega: un Don Miguel Escorihuela Gascón, pleno de color, cuerpo y sabor; un vino espléndido. El postre -chocolate para fanáticos- consistía en una mousse, un helado y un parfait, obviamente todos de chocolate, de una notable calidad. Varias veces durante esos días recordé al poeta uruguayo Mario Benedetti y su poema «Quemar las naves», donde decía que aunque soñaba con un mundo mejor, no debíamos olvidar algunos rasgos notables del presente y guardarlos en un museo de nostalgias para mostrarlos a las nuevas generaciones. Benedetti se refería a París, Claudia Cardinale y el whisky. Yo sumaría a esta lista a alguno de estos vinos. Antes de volver, tuvimos un rato para recorrer la bodega, de 4 hectáreas, muy cerca del centro de la ciudad de Mendoza. Allí el enólogo Gustavo Marín, copa en mano, fue extrayendo líquidos espumosos recién fermentados de los tanques de acero, con acento en sabores cítricos o frutales, casi sin alcohol.
Fuente: Marcelo Reich Suplemento Viajes del diario Clarin
12/01/2015
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