¡Vaya qué tierra encantadora la de Uspallata! Suelo sorprenderme a cada paso al visitarla porque tiene lugares pletóricos de belleza, plagados de historia. El Camino del Inca

Ahí están en su cercanía “Los Campos de Darwin” donde el célebre sabio y científico inglés descubrió fósiles de araucarias de hace 150 millones de años (depredado).

Ahí está la Cruz del Paramillo, altura notoria de la precordillera de donde se puede observar con amplitud de admiración, la belleza de la otra, la Cordillera: el Cerro Montura que asombra, el Aconcagua que se asoma insuperable. Ahí están las viejas minas de Paramillo con una ciudad fantasma y los restos impregnados de dolor de los que fueron expoliados por los dueños de los metales.
Ahí está el Tundunqueral, lugar donde los abuelos nativos dejaron señales de su vida en las piedras sobre la pátina del desierto (depredado). Y me estoy quedando corto: puedo decir El Camino a Casa de Piedra, el Cerro de los siete colores, las piedras de Santa Elena (depredadas).

San Alberto, a diez kilómetros de la villa, es un lugar para descubrir y gozar; algunos lo usaron para quedarse. El silencio, tan controvertido en este tiempo, solo es horadado por el canto de los pájaros y del agua.

Se enseñorea el verde en pequeños bosques que hacen los hombres cuando se deciden hacer cosas buenas. El cielo, en una noche sin luna, es un folleto virtuoso del universo.

Y además, si uno se ubica en situación de historia puede ver cómo viene a su encuentro el Camino del Inca, puede apreciar cómo lo alcanza la huella dejada por aquellos que transitaron, con los emblemas del imperio, el sur de América.

Caminando ellos y caminando sus llamas hicieron, los llamados quichuas, estos caminos que en suma suman con sus derivaciones, cerca de cuarenta mil kilómetros.

Eran las rutas del antiguo Tahuantisuyo, los cuatro caminos, que partiendo desde Cusco, el ombligo, recorrían gran parte de la América del Sur. El del sur, era el Kollasuyo y ahí entramos nosotros. Aquí estuvieron ellos y nos dejaron su impronta.

Las acequias que hoy enarbolamos como símbolos, fueron perfeccionadas por esa cultura que supo dominar el agua y supo enseñar sus conocimientos.

Por aquí anduvieron; hay huellas de sus pasos en Tambillos (maltratado), en Ranchillos, por toda Uspallata, en Penitentes, en Puente del Inca, en el Aconcagua que sostuvo durante siglos la ofrenda humana que ahora guardamos en una heladera en el Cricyt.

Lamentablemente, tal vez por ignorancia, los militares de Santa Elena han socabado las huellas originales borrando un trecho de ese sendero ancestral (irreparable).
Eramos el límite del imperio, la parte de abajo de sus conquistas. Son siete las provincias argentinas involucradas con el camino de la montaña  (porque había otro del mar, del lado chileno): Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan y Mendoza; en todas ellas hay señales de su paso.

Pues bien, hace un tiempito ya se juntaron en Uspallata, las siete provincias involucradas para decidir los puntos a destacar del recorrido del camino y la forma de preservar el legado de aquellos que por el Tahuantisuyo nos hicieron suyos. ¿Por qué? Porque ese camino, incluyendo su parte menduca, es un tesoro de la humanidad, algo que, por maravilloso, debe ser cuidado para que los que vienen, los que definitivamente han de venir sepan, aprecien, valoren, lo que nos dejaron los que una vez vinieron. Mendoza fue parte del Tahuantisuyo y sin embargo, no sólo no lo apreciamos sino que ni siquiera lo sabemos.

El camino fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 2014. Redoblan su razón de ser aquellos versos de Atahualpa Yupanqui:

Caminito que anduvo
de sur a norte mi raza vieja
antes que en la montaña 
la Pachamama se ensombreciera

Somos parte de un patrimonio universal. No cualquiera tiene ese privilegio. Vamos a trabajar para merecerlo.

Fuente: Los Andes, Jorge Sosa

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